El arte derriba el último tabú y el aborto entra a los museos

2022-10-01 17:02:05 By : Ms. Coco Liu

Peregrinación a Luján

En los últimos años, cierta moda de pintar la figura humana ha preocupado al mundo del arte, con énfasis en la raza, el género y otras cuestiones sociales urgentes. Sin embargo, en Estados Unidos hay otro tema apremiante que ha estado curiosamente ausente del arte: el aborto, que cobró mayor actualidad cuando el Tribunal Supremo anuló el veredicto del caso Roe versus Wade en junio.

La representación del aborto sigue siendo escasa en el canon de la historia del arte. Si se revisan las paredes de los museos y se hojean las páginas escritas por H.W. Janson u otros libros de texto sobre arte, es probable que se encuentren imágenes innumerables de madres beatíficas, niños con pocitos en las mejillas y un mundo en el que los embarazos no se interrumpen.

Pero el tema del aborto, que históricamente ha estado envuelto en la vergüenza y relegado al reino de los secretos inconfesables, últimamente ha ganado visibilidad en el mundo artístico.

​Este cambio se debe a una combinación de directivos de museos, galerías de primer nivel, administradores de ferias y artistas jóvenes que crecieron en una época en la que el arte que exploraba la identidad personal pasó de los márgenes culturales a ser mainstream.

Durante sus 90 años de existencia, el Museo Whitney de Arte Estadounidense no tuvo un solo cuadro que tratara explícitamente del aborto. Pero eso ha cambiado. Hace poco el museo adquirió la obra de Juanita McNeely Is it Real? Yes It Is! (¿Es real? ¡Sí!), de (1969), cuadro de tamaño mural donde, en una narración fragmentada que abarca nueve paneles distintos, se relata la desgarradora experiencia de la autora de haber abortado a principios de los años 60, cuando el procedimiento era ilegal. El cuadro debutó en el museo el 20 de septiembre, cuando el Whitney volvió a colgar su colección permanente.

El mejor lugar de Nueva York para contemplar arte relacionado con el aborto está en el lobby del Armory Show, esa feria anual cuyos pasillos atestados de compradores de obras pueden hacer que las grandes tiendas Bloomingdale's parezcan un oasis de calma. Se inauguró en el Javits Center, con un tono inusual de defensa del feminismo, gracias a un préstamo de 10 grabados que retoman la ya histórica Serie del aborto (1998-99) de Paula Rego, procedente de la Galería Cristea Roberts de Londres.

La serie consiste en pasteles de gran tamaño que muestran a mujeres en medio de abortos caseros autoinducidos. Se las ve echadas en camas desordenadas o agachadas en un rincón, entre toallas, tachos y baldes de metal, marginadas por un sistema médico que no está dispuesto a ayudarlas.

Por gráfico que esto pueda parecer, Rego, la célebre artista portuguesa que murió en junio a los 87 años, eliminó de sus imágenes los detalles corporales potencialmente ásperos. Sus figuras femeninas están vestidas y tienden a mostrarse de lado: se las ve de aspecto imponente, con expresiones voluntariosas y piernas de corredoras con fuerte musculatura.

"Intenté hacer una completamente frontal", dijo en una ocasión, "pero no quería mostrar sangre, vísceras ni nada que diera náuseas, porque entonces la gente no mira. Y lo que una quiere es hacer que la gente mire".

A pesar de estos ejemplos de protesta social, el problema de los derechos reproductivos de las mujeres todavía no ha recibido la atención sostenida que el mundo del arte ha dedicado al cambio climático y a la encarcelación masiva, entre otros temas de actualidad.

Es que, además, el aborto resulta un tema singularmente incómodo, no sólo en las instituciones artísticas sino incluso entre la comunidad artística, famosa por su liberalidad y apoyo mayoritario a la legalización del aborto.

En entrevistas recientes con pintoras y escultoras mujeres, he observado una tensión básica entre su indignación por el derrumbe de la ley Roe y la precaución acerca de adoptar el tema para sus obras.

El arte sobre el aborto, dicen algunas, corre riesgo de volverse escabroso, excesivamente íntimo o políticamente ingenuo y convertir la sensibilización en un eslogan y la defensa en un rechazo, lo que puede explicar en parte la escasez de producción sobre la materia.

En el Museo Metropolitano de Arte, el director, Max Hollein, que supervisa una colección de 1,5 millones de piezas, dijo que "sin ponerse a pensarlo a fondo" no le aparecía en mente ninguna obra sobre el aborto. Pero que le gustaría tener la oportunidad de ver arte que "surgiera de este momento".

Advirtió que no hay que esperar resultados rápidos. "Al fin y al cabo, el arte no es periodismo ni los museos son un medio cotidiano que pueda responder oportunamente".

En el Museo de Brooklyn, la directora Anne Pasternak también se refirió a una colección que se remonta a la antigüedad: "Tenemos 150.000 objetos en la colección y no se me ocurre ninguno específico sobre el aborto".

Sin embargo, con espíritu reivindicativo, envió un correo electrónico a los miembros del museo el 24 de junio, día en que se anuló la sentencia Roe, advirtiendo que "nos enfrentamos a un implacable asalto a la dignidad humana".

Y los curadores están en conversaciones con las artistas Jenny Holzer y Mary Enoch Elizabeth Baxter sobre la posibilidad de organizar "activaciones" en el museo para conmemorar en enero el 50º aniversario de la decisión de la Corte Suprema sobre el caso Roe contra Wade.

Infinitamente variado, el arte sobre el aborto oscila entre el activismo político al estilo de Rego en un extremo y la autoexposición cruda en el otro.

A la cabeza del modo confesional está Frida Kahlo, la brillante modernista mexicana que inventó la tradición de la sobreexposición visual. En el proceso, legitimó el trauma femenino como tema legítimo para el arte.

El Museo de Young, en San Francisco, posee una rara obra de Kahlo, de 1936, sobre el tema del aborto. Se trata de una litografía pequeña y conmovedora, titulada alternativamente El Aborto y, en inglés, Frida and the Miscarriage. Los estudiosos no se ponen de acuerdo sobre si muestra un aborto provocado o espontáneo; se sabe que Kahlo tuvo al menos tres embarazos que no pudo llevar a término.

En la litografía se representa ella misma en una pose que recuerda la de una mujer en un libro de texto médico, de frente. Dentro del útero se ve un feto acurrucado. Dos lágrimas enormes corren por las mejillas de Frida y arriba la luna también llora. Una segunda imagen de un feto –éste expulsado del cuerpo– flota en la parte inferior izquierda, mientras que a la derecha una paleta en forma de corazón sugiere que el arte es a la vez consuelo y sustituto de un hijo perdido.

Puede decirse que Juanita McNeely, la artista cuyo cuadro adquirió el Museo Whitney, pertenece al linaje de Kahlo en cuanto al arte como autobiografía. Su obra ¿Is It Real? Yes It Is! adopta un estilo multiangular y expresionista para trazar la crónica de una emergencia médica que la dejó sangrando profusamente y en estado crítico antes de encontrar un doctor dispuesto a ignorar la ley y practicarle un aborto que ella cree que le salvó la vida.

A sus 86 años hoy, McNeely, que lleva casi medio siglo viviendo en un estudio de Westbeth, un complejo de viviendas para artistas en el West Village neoyorquino, estaba muy animada cuando la visité el otro día.

La compra del Whitney le causó una gran sorpresa, sobre todo porque sus reiterados esfuerzos por exponer el cuadro en una galería habían sido rechazados hasta el año pasado, cuando se le concedió una exposición individual en la galería James Fuentes. Ella atribuye sus décadas de oscuridad profesional a la aversión de la sociedad a contemplar lo traumático femenino.

"Hice muchos cuadros con sangre", recuerda. "Alardeaba con la sangre. Cuanta más sangre, mejor". ¿Le preocupaban los aspectos potencialmente rechazables de la representación de un aborto? "No estarías viva sin tu sangre", respondió alegremente.

¿Los varones hacen obras memorables sobre el tema? Al menos uno sí. El montaje escultórico de Ed Kienholz, The Illegal Operation (La operación ilegal,1962), que está en el Museo de Arte del Condado de Los Ángeles, se inspiró en su angustia ante el aborto de la esposa.

Ensamblado a partir de objetos encontrados –una lámpara con la pantalla torcida, herramientas oxidadas, un carrito para compras utilizado como mesa de operaciones–, el trabajo confiere al lugar de un aborto en casa una desalación casi insoportable.

Pero no todos los artistas a favor del derecho al aborto están interesados en recurrir al arte para promover la causa. Muchas de nuestras artistas más apreciadas –en particular las que vivieron la época del aborto ilegal anterior a Roe– reconocen un elemento de autocensura sobre el tema.

Pensemos en la esperada exposición colectiva Painting in New York, 1971-1983, que se inaugura el 21 de septiembre en la galería Karma del East Village. Reunirá la obra de 30 pintoras destacadas que iniciaron su carrera durante el apogeo del feminismo de la segunda ola.

También recaudará fondos para la organización sin fines de lucro Planned Parenthood (Paternidad planificada) mediante la venta de una remera, sin texto, que tiene una pintura abstracta de la artista Mary Heilmann con una cuadrícula de rectángulos anidados en colores fucsia, chicle y otros tonos rosados.

De manera reveladora, ninguna de las obras de la muestra refiere al aborto, según sus participantes. "Sólo recientemente las mujeres se han mostrado dispuestas a reconocer públicamente que abortaron", observa Joan Semmel, artista figurativa y feminista acérrima que cumplirá 90 años el mes que viene, a modo de explicación sobre por qué nunca se planteó pintar una obra de temática abortista.

"La traducción del dolor siempre es arriesgada, y el dolor emocional puede quedar sensiblero". La artista Lois Lane, que también participa en la muestra de Karma, enfatiza que ella llegó a su mayoría de edad en una época en la que en el mundo del arte el sexismo era abrumador.

Hacer carrera en arte ya era reto profesional suficiente sin necesidad de resaltar su condición de mujer. "Cuando empecé mi carrera me sentía como si cada día estuviese empujando un peñasco cuesta arriba", cuenta, "y lo último que hubiera hecho es pintar un cuadro de mis ovarios".

Hasta Kiki Smith, preeminente escultora del cuerpo femenino, afirma que el aborto le interesa más como tema social que como tema artístico. Smith, de 68 años, mencionó que pasó por un aborto a los 20. "Personalmente, es la pena más grande que he tenido en la vida", señala, y añade que la perspectiva de criar un hijo no fue una posibilidad para ella.

"Simplemente no tenía suficiente de mí misma. No había suficiente de mí para poder ocuparme de otra persona". El 19 de octubre se podrá ver una muestra de esculturas de Kiki Smith de los años 90 con temática corporal en la galería personal del artista Alex Katz, en el 211 de la calle 19 Oeste.

No se incluye en esa exposición la obra Sin título, de 1989, una figura femenina de 1,20m de altura, o más precisamente su mitad inferior, hecha de papel translúcido arrancado desde la cintura para abajo. La escultura trasmite una sensación de ligereza y suspensión que contrasta con lo tenso del tema: de un cordón entre las piernas de la mujer cuelga un feto. Si bien podría parecer que la pieza se refiere directamente al aborto, Smith aclara que prefiere pensarla como una expresión de "mi ambivalencia sobre la maternidad".

Cada generación de artistas está condicionada por su momento de entrada en la escena artística, y hay muchos indicios de que la camada artística joven de hoy tiene una agilidad con respecto al contenido político que elude a la mayoría de sus predecesores.

En una exposición actual de la galería Matthew Marks, Julia Phillips, 37 años, consumada artista germano-estadounidense, trata el tema del aborto con una franqueza escalofriante, casi clínica. La trastienda de la galería está reservada a dos esculturas, Aborter (Abortador) e Impregnator (Impregnador), en las que distintos objetos pequeños que semejan instrumentos ginecológicos reposan sobre bandejas de acero, evocando una distopía en la que las mujeres ceden el control de sus cuerpos a agentes desconocidos.

Julia Phillips respondió por teléfono: "Creo que sin la experiencia de haber abortado no hubiera tenido la audacia de hacer una pieza llamada Abortador. Surge un apremio por ser más explícita, e incluso así viene con malestar".

No obstante, algunas de las obras de arte más conocidas sobre el aborto rehúyen las imágenes viscerales del cuerpo en favor de un texto simplificado. La obra de Barbara Kruger Untitled (Your Body Is a Battleground) [Sin título (Tu cuerpo es un campo de batalla)], de 1989, ha sido últimamente apropiada en las redes sociales como icono por defecto del descontento post Roe.

Como gran parte de la obra de Kruger, la imagen combina una vieja fotografía encontrada con un texto superpuesto. Comienza con un eslogan ("Tu cuerpo es un...") y lo impregna del misterio del arte. ¿Quién es la mujer que contempla desde esa fotografía, esa morena atractiva dividida por la mitad verticalmente en contrastes maniqueos de oscuridad y luz?

Kruger no ha identificado públicamente la fuente. Creó la imagen original como poster para una Marcha de las Mujeres de 1989. Hace mucho tiempo que los posters desaparecieron, pero en el museo The Broad de Los Ángeles sigue expuesta una versión de unos 85cm² de Your Body Is a Battleground.

El otro día la llamé a Barbara Kruger para ver qué más había planeado. En consonancia con su reputación de punzante creadora de aforismos exclamó: "Estoy bien. Excepto por el mundo, no tengo ninguna queja”.

Traducción: Román García Azcárate

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