Luis Caballero: su hermana presenta un libro con fotos e historias íntimas - Arte y Teatro - Cultura - ELTIEMPO.COM

2022-07-30 13:30:33 By : Mr. Noaman Rain

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La pintura del artista colombiano Luis Caballero fue evolucionando y volviéndose más personal.  

Cortesía archivo personal de Beatriz Caballero

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A continuación, presentamos cuatro fragmentos iluminadores del libro 'Luis, hermano mío', sobre el origen de su obra, sus gustos y su misteriosa personalidad.

Luis es distinto. Se come las uñas hasta la raíz. Le echan ají para que no se las coma, pero no sirve de nada. De los dientes ni hablar: tiene tres filas. Papá dice que parece un rape, ese pescado tan feo. En realidad tiene solo uno corrido hacia atrás y otro más atracito. Los tiene azules, los dientes. Los labios también, o verdes, o morados, de chupar el pincel. Se pasa la lengua cuando uno le dice, pero sigue igual. Y no se le puede decir nada no vaya y haga ‘labio zulú’. Esto es, que saque el labio inferior, que de por sí lo tiene infinitamente superior al inferior como los Austrias que pinta Velázquez, y no se le pueda hablar. Él encoge los hombros, pone los brazos como un canguro, lanza miradas de odio, no dice palabra. Para completar, no puede pronunciar la erre, la dice como una especie de ese: fesocasil.

(Además: La increíble transformación de Ana de Armas en Marilyn Monroe). No le gusta bañarse. Se encierra en el baño, abre la regadera, deja salir toda el agua caliente, se llena el cuarto de vapor y se sienta en la silla envuelto en la toalla haciendo vibrar una pierna con el ‘temblor calentano’ que heredamos él, papá y yo de don Lucas, el papá de papá, mientras recita a grito herido poemas de Góngora, y sale completamente seco, con las gafas empañadas, envueltísimo en la toalla, dejándonos a los demás el agua helada.

En los años 70 se produjo un gran cambio en su estilo: la figura humana se vuelve totalmente realista y exclusivamente masculina.

Cortesía archivo de Beatriz Caballero

Adolescente, se trepó a dormir solo a la mansarda en un colchón en el suelo con tal de no estar en el mismo cuarto con Antonio. Se odian. No tiene amigos en el colegio, se esconde a la hora de la clase de gimnasia, se niega a bailar, a ponerse corbata, echa la ropa nueva al lavadero antes de estrenarla, no se pone camisa de manga corta, no baja a la sala a saludar a las visitas, tiene las gafas siempre sucias, no se quiere afeitar porque se le irrita mucho la piel, es maniático, no pisa raya en los andenes, pliega y despliega el dedo meñique por la falange, la falangina y la falangeta. Le ayuda a mamá a devanar los ovillos de lana, a las hermanas nos hace collares con pepas de melón secas al sol, a mí me ayuda a hacer el herbario, se muere del susto de subir a la mansarda después de ver a Boris Karloff en la televisión. En Tipacoque conoce y se sabe el nombre de todos los árboles, muerde las pepas para probar si son venenosas, me mostró una flor carnívora en la huerta y me dio a probar una pomarrosa, tan bonita ella, rosada, amarillenta, pero por tan perfumada no me gustó. Me enseñó unos versos de Apollinaire, por culpa de él me enamoré de Alejandro Magno, llegué a reconocer en las fotos del colegio año a año a todos sus compañeros de clase, desde él en tercero de bachillerato y yo en tercero de primaria. Luis cumple el 27 de agosto y yo el 27 de septiembre. Me enseñó a batir los huevos con dos tenedores, a guiñar un ojo y mirar los cuadros de lejos, a comprarle papel y óleos, que el tubo del blanco es el que dura menos, lo rico que huele la trementina y que a los marqueteros se les dice maestro, a caminar rapidito, a no preguntar cuando uno está perdido, a calcular el tiempo que se toma para estar de vuelta en la casa. (Le puede interesar: ¿Ben Affleck volverá a interpretar a Batman en 'Aquaman'?). Me volví amiga de sus amigos, me enamoré de sus novios, me puse sus camisas sin planchar. Me hizo entender que soy imprudente, que por teléfono es más fácil decir ciertas cosas, que existen las mentiras piadosas, las cuentas han de ser claras, la puerta siempre abierta, una puerta puede ser una mesa, una olla es mejor de hierro, los platos de loza blancos, los cubiertos de plata vieja y sin limpiar, las rosas blancas, las matas para que se purguen los gatos, los pies descalzos o en zapatillas chinas, que las botas las amansen los amigos y la ropa se la compre otro, los eternos bluyines, la chaqueta de cuero, la camisa siempre azul, agua fría para enfriar el café, cucharita para rebañar la salsa del plato, el espejo para dibujarse, los cristos y santos quiteños, los dibujos sin enmarcar pegados a la pared con una puntilla…

Una de las obras de Luis Caballero, que trabajó técnicas como la tinta, la plumilla o el lápiz.

Cortesía archivo personal de Beatriz Caballero

La pintura de Luis fue evolucionando y volviéndose más personal. Aquellos maniquíes rígidos pop se fueron suavizando, redondeando, humanizando, pasaron a tener insinuadas sus facciones; los colores de las figuras, suaves también, con algún verde más vivo para el pasto, un paisaje de montañas atrás, fondos amarillos, ocres y carmelitos, y la línea del horizonte muy definida. A veces las figuras están enmarcadas en unos recuadros baconianos o surgen de una especie de tumba, como una resurrección; en otros cuadros se echan a volar, como ángeles. Hay parejas de hombre y mujer que no se sabe si se buscan o se rechazan, aparece un tercero que interviene, o el primer hombre se va porque el tercero llega, como les sucedía a él y a su mujer en ese momento. Luego vinieron los trípticos a la manera de los trípticos religiosos como la Pietà o el Descendimiento. Son composiciones complejas, equilibradas, cargadas de sentimiento. Hasta que se sumerge por completo en la belleza del cuerpo de los hombres. Tuvo que ponerse a estudiar anatomía: músculos, venas, omoplatos, torsos, vientres, piernas. Una vez, visitando la Fiac (Feria Internacional de Arte Contemporáneo) con sede en París, sus cuadros estaban expuestos en el stand de la Garcés Velásquez. Yo me quedé mirando uno, me pareció que un brazo del hombre que estaba allí estaba deforme, desproporcionado. Le reclamé. Entonces me dijo: “Sigamos, que eso pasando aprisita no se nota”. Entre el 74 y el 76 se produce un gran cambio: la figura humana se vuelve totalmente realista y exclusivamente masculina. Hace dibujos de hombres jóvenes y bellos, dormidos o en reposo, desmadejados de placer o de dolor, en tinta y plumilla, o a lápiz, suavemente coloreados al óleo diluido en azules, verdes y violetas, de belleza única. Continúa con estos temas y esta ambigüedad en carboncillos, sanguinas y óleos de gran formato en los que incluye pastel –sobre todo blanco donde necesita darles luz–. Y en los ochenta se cuela la violencia: cuerpos torturados, desfallecidos, desgonzados en brazos de otro. En alguna parte dice que la imagen que le parecía más conmovedora era la de un hombre recogiendo a otro, como en una Pietà. Se hacía mandar recortes de El Espacio de horrendos crímenes pasionales o ‘bajas’ de la guerra, pornografía de la violencia que él volvía bella en sus pinturas, jóvenes en un charco de sangre, tirados en un pasto verde, reminiscencia de sus primeros paisajes.

Autorretrato del artista. El premio de artes plásticas más importante de Colombia lleva su nombre.

Cortesía archivo personal de Beatriz Caballero

A Luis le gustaban Visconti, Buñuel, Fellini, Las cosas del querer, con Ángela Molina de Chavarri. Y porno: videos porno en colores, de los que sacaba fotos en una camarita Polaroid, con lo cual las imágenes quedaban difusas, inspirándolo para sus figuras más abstractas. Otros fotógrafos hicieron también fotos de los modelos para no agotarlos, inmóviles en una sola posición. (Quizás quiera leer: Jerónimo Cantillo, de rebelde en el colegio a Dixon en ‘Rebelde’). Además de las que le hicieron a él, que se fueron necesitando para catálogos, entrevistas y, aunque decía que no le gustaba, yo creo que sí, pues con los años y el cambio de las gafas por lentes de contacto, adquirió seguridad en sí mismo, se fue volviendo más atractivo y hasta vanidoso: “Los ojiazules usamos camisas azules…”. Durante mi última estadía, en el verano del 94, Luis se sentaba a dibujar. Yo antes de salir le dejaba dispuesto el recado de pintar y el papel Grand Arche que le había comprado en una tienda por los lados del cementerio de Montparnasse a donde él iba desde hacía treinta años. Cada tarde hacía un dibujito con un pincel cortico y al óleo al que le había recortado el mango, pues tenía que afirmar la muñeca en la mesa al no poder dominar el brazo. Eran los mismos hombres entrelazados, entre luchas y estremecimientos, pero llenos de costillas, y al mismo tiempo muy carnales, casi animales.

'Luis, hermano mío' 248 páginas Editorial Taurus Precio: $ 69.000

Cortesía archivo personal de Beatriz Caballero

Luis se murió el 19 de junio de 1995. Tenía 52 años. "¿Cómo hizo para saber que su final iba a ser así?", me preguntaban sus enfermeros refiriéndose a esos rostros agónicos con él de modelo que pintó en los años ochenta, cuando fueron a ver su exposición en el Banco de la República. Se había inaugurado dos días antes. Su amigo y coleccionista Hanoj Pérez vino a traerle el catálogo, que hojeó complacido. Esa misma noche, o la siguiente, le dio una fiebre muy alta, ¡las neuronas!, no había forma de que le bajara. Se la pasó delirando, balbuceando, en un silencio mudo. Alzaba la mano y dibujaba en el aire, con el brazo en alto extendido, sin parar. Yo me quedé en el sofá de la sala de al lado con Carlos, que me hacía entender que Luis se estaba yendo. Finalmente se entregó a un sueño tranquilo. CULTURA @CulturaET

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